Desde el atentado, Jamie no ha llorado. Sabe que debería haberlo hecho, como su hermana Jasmine, como su madre y su padre, quienes aún lloran la muerte de Rose. Todos se han esforzado en repetirle que la cosa mejoraría con el tiempo, pero es mentira, una de esas mentiras que a los adultos les da por soltar en tales situaciones. De hecho, en estos cinco años las cosas no han hecho sino ir a peor: papá se ha convertido en un irresponsable incapaz de hallar consuelo y su único refugio es la bebida; mamá, harta de tanto sufrimiento y de resignarse a un matrimonio reducido a cenizas, los abandonó para irse a vivir con otro hombre; Jas, por su parte, intenta como puede superar la pérdida de su hermana gemela al tiempo que lidia con sus propios problemas de adolescente. A sus diez años, y con la salvedad de su gato Roger, Jamie está solo, incapaz de entender muy bien a quienes lo rodean y con un montón de preguntas sin respuesta flotando en su cabeza.
La cosa no mejora mucho cuando su padre decide dejar Londres y trasladarse con él y con Jas al Distrito de los Lagos, aunque al menos ahora no se ve obligado a explicar una y otra vez cómo se siente. De hecho, será allí donde encontrará cierto apoyo: un fabuloso disfraz de Spiderman, una compañera de clase musulmana, recién llegada como él, llamada Sunya, y un anuncio de televisión en el que se buscan talentos. En todo ello Jamie hallará la fuerza suficiente como para soñar que todo vuelva a ser como antes.
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